Regent's Park, Hyde Park, Marylebone Road, Euston Road, la Torre de Londres, el museo de Victoria y Alberto, Bloomsbury, Tottenham Court Road, Shaftesbury Avenue, Abadia de Westminster, Victoria Street y muchos más...
Los compañeros del grupo de lectura de mi hermana descartaron esta novela porque no querian leer algo tan filosófico y profundo... no saben lo que se perdieron... un verdadero placer. Gracias
Patrícia!
"La señora Dalloway relata un día en la vida de una mujer de la clase alta londinense desde el punto de vista de una consciencia que experimenta con plena intensidad cada instante vivido, en el que se mezclan sentimientos, pensamientos y emociones y se condensan en pasado, el entorno y el presente".
Así define Alianza Editorial esta maravillosa novela, que para mí es muchísimo más. Gracias al estilo que adopta la autora a la hora de escribir la novela nos damos cuenta de que ésta no trata sólo de Clarissa Dalloway sino que es:
- el resumen de la vida de personajes y conciencias que van encontrándose al largo de su vida, descritas por el sistema de monólogos o diálogos internos, con una impresionante coherencia y belleza de la mano de alguien que conoce al detalle los más profundos laberintos de la condición humana.
- un día en la vida de una mujer, y el transcurso del tiempo hacia el pasado y el presente expresado a través de los cambios que paso a paso se producen en el interior de los personajes;
- un punto de vista femenino desde las pequeñas trivialidades de la preparación de una fiesta;
- una aguda mirada burlona a la monarquía;
- una crítica a la psiquiatría;
- un descontento general;
- una visión mordaz a las frivolidades sociales;
- un tratado de gramática;
- una risita socarrona ante la institución matrimonial;
- una mofa a la idiotez de la época de post guerra y a los densos convencionalismos de Londres;
- una redacción de constantes interrogantes;
- un arrebato de entusiasmo por la palabra, una fiesta del lenguaje;
- poesia en prosa;
- paréntesis continuo y repentino, como la vida misma;
- voluble, revoltosa;
- un triunfo de los sustantivos;
- un estallido de llanto y una peculiar manera de burlarse del romanticismo;
- una puntual y admirable forma de escribir;
- un sufrimiento, un hondo sufrimiento;
"Allí estaba Peter Walsh, un hombre, para ella, sin parangón, caballero perfecto, fascinante, distinguido (la edad no suponía obstáculo alguno), deambulando por la habitación de un hotel de Bloomsbury, afeitándose, lavándose -mientras levantaba un jarro o dejaba una navaja de afeitar- tratando de llegar a descubrir la verdad sobre una o dos cuestioncillas que le interesaban."
"Y luego él podría, por ejemplo..., ¿hacer qué, exactamente?, tan sólo callejear y matar el tiempo (en aquel momento se dedicaba a ordenar distintas llaves y documentos ), apoderarse de algo y disfrutarlo, estar solo, en resumen, bastarse a sí mismo; y, sin embargo, nadie, por supuesto, dependía más de otros (se abrochó el chaleco); eso le había perdido. No sabía prescindir de los salones de fumadores, le gustaba la compañía de los coroneles, le gustaban el golf y el bridge y, por encima de todo, el trato con mujeres, lo delicado de su amistad y su fidelidad y audacia y grandeza en el amor, que, pese a sus inconvenientes, le parecia ( y el rostro moreno y adorable seguía aún encima de los sobres) tan absolutamente admirable, una flor tan espléndida que había que cultivar en la cumbre de la existencia humana... y, sin embargo, él no lograba estar a la altura, por su tendencia a dar siempre vueltas a las cosas (Clarissa había socavado algo en él de manera permanente) y a cansarse con mucha facilidad de la devoción silenciosa y a querer variedad en el amor, si bien le enfurecería que Daisy amara otro; lo llevaría muy a mal porque era celoso, incontrolablemente celoso por temperamento. Sufría terriblemente. Pero, ¿dónde estaban la navaja, el reloj, los sellos, el billetero, la carta de Clarissa que no quería volver a leer pero sobre la que le gustaba pensar y la fotografía de Daisy? Y ahora al comedor"
Entremezclando pensamientos y acciones de sus personajes, Virginial Woolf va definiendo los grandes temas de la humanidad como las contradicciones personales, el amor, la amistad o la vejez y la experiencia:
"De joven, dijo Peter, resultaba muy emocionante conocer gente. Ahora que ya era viejo, cincuenta y dos años para ser exactos (Sally tenía cincuenta y cinco, los tenía su cuerpo, dijo, pero su corazón era como el de una muchacha de veinte); cuando ya se ha llegado a la madurez, dijo Peter, se podía mirar, se podía entender, sin perder por ello la capacidad de sentir, dijo."
*incluído posteriormente: Lo que me ha fascinado de este libro es cómo Virginia Woolf ha conseguido plasmar en un libro los mecanismos de la consciencia. Me parecía estar leyendo mi propia existencia, mis pensamientos cuando paseo por la calle y observo a la gente, cómo aparecen sin querer nuestros recuerdos, cómo nos planteamos los temas recurrentes de la humanidad... La genialidad de este libro es la manera de pasar de los pensamientos a los recuerdos y actos en tiempo real tal y como nos sucede a nosotros cada día. Y cómo además la narración se traspasa de un personaje a otro sin darnos cuenta.
Me gustaría destacar su visión del ateísmo, pues creo que es la mejor descripción sobre este sentimiento anti-religioso que he encontrado nunca:
"Como somos una raza sin esperanza, encadenada a un barco que se hunde, como todo es un chiste detestable, hagamos, de todos modos, nuestra parte: aliviemos los sufrimientos de nuestos compañeros de prisión; decoremos los calabozos con flores y cojines inflables; seamos todo lo decentes que podamos. (...) Clarissa había desarrollado la religión del ateo de hacer el bien por amor al bien".
Incluso filtraba sus propias experiencias hasta convertirlas en literatura mediante las experiencias de sus personajes, como sucede en el caso de Septimus Warren-Smith, que sufre neurosis de guerra y que terminará suicidándose.
El día 28 de marzo de 1941, por la mañana, a los cincuenta y nueve años de edad, la escritora Virginia Woolf se ahogó voluntariamente en el río, cerca de su casa de Sussex. Era un día frío y luminoso. Había dejado dos cartas, una para su hermana Vanessa Bell y otra para su marido Leonard Woolf, las dos personas más importantes de su vida.
"Querido:
Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.
No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros."
Eran las once y media aproximadamente y caminó hasta el río apoyándose en su bastón. Al parecer ya lo había intentado anteriormente ya que unos días antes había regresado a casa con la ropa y el cuerpo completamente empapados, después de uno de sus paseos. En aquella ocasión dijo que se había caído, pero seguramente aquel fracaso le sirvió para descubrir que lo que debía hacer era meter una piedra pesada en los bolsillos de su abrigo. Así no volvería a fallar. Y eso fue lo que hizo.